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“Luego vemos si está temblando o no…”
Por Javier Vargas Pereira
El ajedrez es un inmejorable medio para
ejercitar la concentración mental, entendida como facultad de atender y meditar
intensamente. Ésta consiste en un proceso psicofisiológico que dispone al
jugador a la selección y focalización de determinados factores e informaciones
que le permiten alcanzar determinados objetivos de carácter táctico y
estratégico. Según el psicólogo N. Grekov, “La aptitud para concentrar,
prolongada y profundamente la atención en lo que sucede en el tablero de
ajedrez, es una adquisición valiosa para todo aquel que es propenso a
distraerse o a padecer trastornos en la atención. Después de muchos años
dedicado a observar este fenómeno, no sería arriesgado afirmar que muchos casos
de brusca mengua de la distracción en los niños y adolescentes coincide con el
comienzo de su afición al juego de ajedrez, el cual influye, sin duda, en la
mentalidad de ellos.”
Esta influencia también se extiende al
pensamiento, al carácter, a las emociones e incluso a la fuerza de voluntad. El
psicólogo y ajedrecista Nikolas V.Krogius, en su libro, La psicología en ajedrez, sostiene: “La atención se manifiesta
estrechamente unida al pensamiento… La del ajedrecista tiene, evidentemente, un
carácter voluntario; cada movimiento entraña un fin determinado, y él aplica
conscientemente los esfuerzos volitivos a profundizar en el trabajo y cumplir
mejor el fin señalado. Los rasgos volitivos del carácter regulan el nivel de la
concentración. La intensidad, la capacidad y la variabilidad de la atención
aumentan o disminuyen en razón directa de la potencia y la dirección de los
procesos volitivos. La importancia de la voluntad como regulador de la
concentración se observa particularmente al comparar la capacidad de pensar,
durante la partida, con el análisis efectuado en casa; en ello la diferencia de
los estados emocionales representa también un papel importante… La estabilidad
y la variabilidad son las cualidades dinámicas de la atención.”
Por eso es fama que los jugadores de
ajedrez, mientras juegan, suelen llegar a tales grados de concentración, que se
olvidan del mundo, sus vicisitudes y sus problemas. Según el ex campeón mundial
Robert Fischer, “Sólo una pequeña distracción te puede costar la pérdida de la
partida. El ajedrez requiere una total concentración. Muchos jugadores sólo
usan una fracción de su energía. Emplea toda tu mente en el juego. Juega a
ganar. A nadie le interesan tus escusas cuando pierdes.”
Entre otras funciones, la concentración es
lo que permite descartar lo irrelevante y considerar lo útil y necesario para
lograr un propósito. Es sabido que la intensidad del reconcentramiento depende
de la experiencia y de las propiedades particulares del pensamiento. Las artes
en general, sobre todo la literatura y la música, dan testimonio de ello. En el
plano intelectual, todo buen ajedrecista emplea una atención de tipo
distributivo, diversas clases de memoria y sobre todo una gran capacidad de
imaginar mentalmente posiciones a futuro, lo que puede llegar a tales extremos de
abstracción, que prescinde o se olvida de todo lo demás. Por ejemplo, en una de
las muchas versiones de Tristán e Isolda, historia de amor medieval que inspiró
al compositor, poeta y dramaturgo alemán Richard Wagner (1813- 1883), se
describe lo siguiente: “El tablero y las piezas, en las que permanece fija la
mirada del adolescente Tristán, son de marfil… El ajedrez le ha hechizado… Para
su desgracia, impresiona a los tratantes extranjeros, que le cumplimentan en
una tienda con el techo descubierto y le brindan la ocasión de jugar una
partida de ajedrez. Tristán se concentra, mueve, cavila, combina, se devana los
sesos, ataca y, finalmente, da jaque mate a su adversario. En el instante en
que se endereza contento, oye el murmullo de las olas, el barco se encuentra en
alta mar, lo han raptado.”
También el escritor estadounidense Vladimir Nabokov, en su novela, La defensa Luzhin, escribe: “Paseó los
ojos por tablero… Su pensamiento vagaba a través de los laberintos arrobadores
y terribles… De pronto, algo ocurrió fuera de su ser, un dolor lancinante, y
lanzó una fuerte exclamación, sacudiendo la mano dolorida por la flama de un
cerillo encendido y olvidado de acercarlo a su cigarro...”
Es más, en el libro La feria,
del escritor y ajedrecista mexicano Juan José Arreola, se lee:
“¡Jaque al rey!
-Óigame don Epifanio, se me hace que
está temblando…
- Yo le dije jaque. Usted muévase, y
luego vemos si está temblando o no…”
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