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Lufloro87

Luis Flores

Coyoacán México

Visitas: 91        Comentarios:
2013-07-26 16:57:28
 
Ajedrez y caleidoscopio
 

Existe un ajedrez cuyos soldados, en ambos extremos, se encuentran inactivos, a punto de la riña; aguardan una señal; es una situación semejante a la ocurrida entre decenas de peatones inmóviles que, en ambos lados de la acera, ansían la luz verde. También existe el ajedrez arrumbado en el cajón, desinstalado de la guerra, silenciosamente revuelto. Otro es el ajedrez final, el que viene después de la derrota o las tablas, el juego en ruinas, los restos de la batalla. El cuarto ajedrez es del que más se puede hablar y más significados esconde; es el que justifica la existencia de los otros; es el ajedrez en movimiento, el ajedrez en gerundio, la contienda transcurriendo; es un ajedrez que se emparenta con el caleidoscopio: cada jugada origina un nuevo tablero, cada tablero es producto del anterior.




Cuando el caleidoscopio forma un nuevo arabesco, éste difiere del anterior de tal manera que si alguien no mirara los arabescos previos, difícilmente podría deducir, a partir del dibujo actual, cómo fue el que lo antecedió. En el ajedrez ya comenzado ocurre algo parecido: cuando está por la mitad, es difícil suponer cuáles fueron las juagadas previas. Si viéramos la posición final de una partida donde apenas hay algunas piezas esparcidas en el campo, es poco probable que podamos reconstruir el juego en cámara regresiva. En este ámbito, ajedrez y caleidoscopio no difieren en su misterio; en ambos casos hay un vértigo latente por saber cómo se llegó a tal o cual dibujo. La sucesión de imágenes que el caleidoscopio fragua es tan poco predecible que no tenemos más opción que asumir esos diseños como producto del azar; observamos una forma, no sabemos cuál es la siguiente. El ajedrez, en cambio, es menos caprichoso; el dibujo consecutivo podemos a veces intuirlo, a veces es el único, el obligatorio. Un rey en jaque reduce las posibilidades de movimiento, de modo que es fácil adivinar cuál será la siguiente imagen plasmada en el tablero.

Según el sexto principio hermético: “toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo a la ley; la suerte o azar no es más que el nombre que se le da a la ley no reconocida; hay muchos planos de causalidad, pero nada escapa a la Ley.” Al no reconocer la ley del arabesco y ser incapaces de suponer la futura geometría, decimos que nos encontramos ante un hecho propio del azar. Contrario a ello, en el ajedrez podemos predecir la nueva forma; a veces sólo hay una opción. El movimiento de una torre no fue un caso fortuito, sino suscitado por el albedrío del ajedrecista. Creemos conocer por qué desplegamos nuestro alfil de b3 a f7; el contrincante sospecha por qué lo hicimos y conjetura las consecuencias inmediatas. Por lo menos, esto es lo que siempre se piensa. Decimos entonces que el ajedrez no cabe en el azar, mientras el caleidoscopio es uno de los objetos auspiciados por la suerte.




¿Hasta qué punto reconocemos la ley que nos hizo doblar las torres? ¿Hasta dónde gobernamos las causalidades en el juego? Nos dan jaque y elegimos una de ocho posibilidades de movimiento, optamos por la que nos parece más adecuada, ¿por qué esa opción y no otra? Muchas veces otra jugada pudo haber sido la mejor, y no la elegimos. Los errores son producto de un mal cálculo, de una mala decisión que, por motivos ocultos (o por torpeza o por un inaceptable azar), llevamos a cabo. Además, no olvidemos que la mitad de las decisiones las toma el otro jugador; a veces no tenemos idea sobre cuál pieza moverá. De modo que hay cierto azar en todos los actos ajedrecísticos, no conocemos profundamente las razones que nos hacen mover un peón y no otro. Desde luego, una derrota no es fruto de la mala suerte; el aficionado jamás culparía a la suerte, sino a la estupidez. Y, no obstante, hay un sorteo mental y que favoreces nuestras equivocaciones.

Un juego de azar es un juego de leyes no reconocidas. El ajedrez no es un juego de azar puesto que reconocemos las leyes, tal vez no todas, sólo las necesarias. Hay movimientos cuya causa no la comprendemos; a veces no conseguimos descifrar con certeza la razón por la que abrimos con peón de dama y no con peón de rey. Hay decisiones (equívocos, hallazgos o sorpresas) cuyo motivo de ser ejecutadas no se vislumbra del todo. Conocemos la justificación inmediata al mover un caballo, y ésta anula cualquier idea del azar. Sin embargo, se nos olvida que existen motivaciones internas las cuales nos hicieron mover ese caballo; motivaciones que no queremos o no logramos explicar. Al no saber exactamente lo que sigue en la partida, propiciamos que la fascinación del caleidoscopio se trasplante al ajedrez.


[Artículo escrito por: Luis Flores Romero. Twitter: @lufloro]



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