Home Iniciar sesión Registrarme



Informacion de usuario
Lufloro87

Coyoacán
edad: 36
Novato


motivo:


frase:


intereses:



Ultimas aportaciones
Mis Fotos
Mis Partidas
Mis Articulos
Mis Comentarios
Mis Videos
Mis Enlaces
Mis Anexos
Mis Problemas
Mis Chistes
Libros que recomiendo

Lufloro87

Luis Flores

Coyoacán México

Visitas: 98        Comentarios:
2014-07-31 03:24:54
 
¿Ajedrez o futbol?
 

El ya inolvidable partido de Alemania contra Brasil despertó puntiagudas bromas y reflexiones de distinta profundidad. Brasil, equipo anfitrión, era uno de los favoritos; sin embargo, en la semifinal, vino su derrumbe. No podía ser de otra manera: la selección pentacampeona se volvió un monumento frágil, pronto a desmoronarse en cualquier partido, tal vez ante cualquier rival. Y fue nada menos que Alemania quien descubrió la fragilidad del cuadro brasileño. ¿Qué habrá pensado la afición sudamericana durante la masacre? La única alternativa era dejar de creer, repensar el entorno, recordar que sólo se trataba de un mal juego, pero juego al fin de cuentas.

 

Durante el partido, cuando la catástrofe se estaba llevando a cabo, un comentarista mezclaba sus opiniones con la narración de aquella goliza. En los primeros minutos, comenzó a comparar el partido con un juego de ajedrez: el equipo brasileño –decía– ataca nada más con puros peones, mientras Alemania tiene un desarrollo intenso con sus piezas más valiosas. Al escuchar este símil y contemplar la lluvia de goles, concluí que, si ese partido en verdad fuera de ajedrez, se trataría de un juego en completo desequilibrio, quizás un principiante contra un gran maestro. Luego visualicé otra posibilidad: a lo mejor aquel desastre se podría traducir a un enfrentamiento de dos ajedrecistas experimentados y con cierta trayectoria, donde uno de ellos comete errores dolorosos. La semifinal catastrófica de Brasil contra Alemania es equiparable a la partida inmortal del mexicano Carlos Torre contra el alemán Emanuel Lasker, cuando el despiadado torbellino de Torre destruyó al ejército negro.




Conforme el locutor transformaba en tablero de ajedrez aquel campo de futbol, fue inevitable imaginar a un ajedrecista en total desacuerdo: “¡cómo se atreven a igualar el juego ciencia con el circo de las masas!”, pudo haber exclamado. Tal vez otro expectante, más accesible y menos categórico, opinó distinto: “claro, mucho tienen en común ambos juegos: el gol y el jaque son el síntoma de un mal camino o de una posible victoria, el silbatazo final y el jaque mate son el golpe definitivo…” Las semejanzas son obvias y elementales; las diferencias, inmediatas e infinitas. Será tarea de alguien más señalarlas.

 

Más allá de las similitudes entre piezas y deportistas, hay otro rasgo en común. Se trata del entusiasmo, encantamiento e interés con que los espectadores presencian una partida ajedrecística o futbolera. En más de un caso, el público es el mismo; hay aficionados capaces de disfrutar, e incluso practicar, ambas disciplinas. El asombro ante esa contemplación produce efectos diferentes. Quien mira el futbol experimenta una euforia que va de adentro para afuera; el que observa una partida de ajedrez manifiesta un ímpetu de afuera para adentro. En un sofá o en un estadio, la afición corea los goles. Alrededor de una mesa, un grupo de curiosos se congrega en silencio y visualiza varias posibilidades de ataque en el tablero.

 

La expectación de ambos eventos posee un sentido estético. El público se sumerge en el partido como si fuera la trama de una película, el paisaje del mediodía, o un cielo lleno de estrellas. Las chutadas, los enroques, el tiro de esquina, el salto del caballo lo envuelven y lo hacen temblar. La atmósfera resulta bella, hay una misteriosa empatía entre el deslizamiento del balón y el de un alfil. Ya no solamente es el juego, es la danza, las variaciones imprevistas, las figuras que dos o veintidós jugadores van diseñando poco a poco. Con la sensibilidad suficiente, un partido de ajedrez o de futbol es una degustación polisémica. De pronto, deja de existir la fuerza de dos contrarios, y sólo queda la música que producen, la ambientación de signos y azares en sesenta y cuatro casillas o en una cancha.




Si resulta interesante observar un partido, observar a los que observan es también una experiencia reveladora. Al borde de la silla, un individuo reza para que un penal sea fallado; otro, estudia religiosamente el movimiento de una dama. El espectador tiene la fortuna de no ser caballo, delantero, peón o defensa, sino sólo público. Él está del otro lado, participa de los goles y los jaques pero no está en sus manos interferir en ese destino, como tampoco está en su poder salvar la vida de algún personaje cinematográfico. Un buen espectador sabe mirar estéticamente no sólo un partido de futbol o de ajedrez, sino también la vida. Bueno o malo, al fin de cuentas, todo se trata de un juego y nada más. Todo individuo, de alguna forma, es ajedrecista, árbitro, pieza, balón y futbolista al mismo tiempo.



Artículo escrito por Luis Flores Romero. Twitter: @lufloro / Facebook: Lufloro Panadero




Denunciar

 facebook
 A  24 personas les gusta este artículo

Agregar comentario: Número de caracteres:


Para agregar comentario debes Iniciar sesinAQUI