Fue una visita a la playa como cualquiera. La luz que entraba por el amplio ventanal anegaba el cuarto llenando mi ojos cerrados de un pacifico color naranja, sin dificultad me incorpore sentandome en la orilla de la cama colocando las manos ligeramente hacia atras, sin desearlo mis dedos tocan una superficie dura y aspera, que se encuentra por debajo de las sabanas y a mis espaldas, poniendome de pie giro completamente extrañado y curioso por saber que es aquello que acabo de sentir y miro la silueta que se dibuja a lo largo del colchon, siento un ligero sobresalto, me detengo un momento reflexivo pero la curiosidad me hace olvidar el miedo y retiro la manta de un tirón... Mi vista choca con la enegrecida y putrefacta figura de un hombre partida por la mitad, como un casacarón vacío, su textura rugosa y maloliente me hace preguntarme de donde a salido tal abominación; ¿Será acaso que la meditación del día anterior sobre la arena me había trastornado? ¿Que sufría de alucinaciones?.. ¿Sería una mala pasada del los empleados del hotel? Sin pensarlo más, estiro la diestra y rozo el capullo que al instante se disuelve y se evapora en medio de una brillante luz que me ciega momentaneamente, dejando un repugnante olor a azufre que va siendo remplazado por un delicioso aroma a gardenias, el cual comienza a inundar la habitación. Sollozo, Lloro, lloro con llanto inconsolable, con jadeos, con rabia, sin mesura, el llanto se vuelve desgarrador, las lagrimas parecen no agotarse nunca, pero se agotan; respiro, con ojos cristalinos y diafanos, Ojos que dejan fluir un llanto liberador que lava los miedos y las culpas, que exime y redime, que yergue y fortalece, que llena de paz y luz, luz brillante como aquella que se llevo consigo la asquerosa costumbre de vivir con miedos de mi otro yo.
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